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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Soy feliz, pero tengo hambre

Esta es la história de Joan Llopart, un hombre que dormía en la calle, en concreto, debajo de una carretera en Barcelona.
Tenía unos sesenta años y su apariencia era la de un vagabundo. Tenía el pelo canoso y desgreñado y se le juntaba con una barba en las mismas condiciones. Sus dientes estaban descuidados por la falta del aseo y de un lugar para conseguir hacer esta tarea.
Su ropa estaba llena de agujeros y manchas al igual que su calzado. Por debajo de la chaqueta, se podía observar una camiseta que en su día parece ser que fue de color blanco.
Ninguno de sus compañeros de calle, sabían lo que Joan era antes de llegar a su situación, ya que éste no era una persona que contara su vida a los demás. No es que no fuera sociable, si no , que parece ser que no quería recordar el por qué de cómo había llegado a esa situación.



Joan, tenía todo lo que quería y necesitaba. Un techo, el calor de unos cartones en el suelo y un viejo saco de dormir lleno de agujeros. Se mantenía ajeno a toda noticia del mundo. Ni leía los periódicos, ni escuchaba la radio, ni veía la televisión.
Él era feliz con lo que tenía y pensaba que no le hacía falta nada más.
Estaba enfadado con la sociedad que estaba montada a su alrededor, pues ésta, era uno de los motivos que lo llevaron a la calle.

Los alimentos los obtenía revolviendo un contenedor de basura que había a la salida de una pequeña tienda de ultramarinos. El menú eran bastante variado, habían verduras, latas de conservas, pescado y bandejas de carne. La mayoría de los productos estaban caducados, pero algunos de ellos solo tenían el envoltorio defectuoso, con lo cual ese día había un motivo más para estar contento.
Desde su anterior vida, Joan escribía lo que pensaba en pequeños papeles que iba guardando dentro del deteriorado saco de dormir. Tubo que deshacerse de muchos de ellos, que nunca volvió a recordar, porque llegó un momento que la parte del saco donde ponía los pies, estaba llena de estos pequeños papales con frases sueltas.
Un día se levantó por la mañana para hacer su desayuno diario de magdalenas caducadas y con suerte un cartón de zumo. Se encontró con uno de los chicos que se encargaban de tirar la basura.
- Buenos días Joan!, ¿cómo te has levantado hoy?
- Buenos,días chico!, pues bien, pero parece que la espalda quiere hacerse notar...una noche horrible,  tendré que cambiarme el colchón. -los dos rieron-
-  Hoy no tengo muchas cosas que tirar Joan, cada vez se vende menos, pero te puedo traer algo de dentro, a sí te tomarás mejor la noticia que tengo que darte. -El chico entró en la tienda y salió con un paquete de dos magdalenas y un zumo de naranja-
- ¿A qué te refieres con eso de darme una noticia?, ¿es que vais a cobrarme la comida caducada?
En otra ocasión, el chico se hubiera reído, pero en esta, solo sonrió apretando los labios, ya que la noticia que tenía que darle no tenía nada de gracia.
- No Joan...no es eso. Lo que pasa es que el jefe va a cerrar la tienda, las cosas no le han ido bien y ya no podrás comer más aquí.
Joan vivía en el límite inferior de una sociedad consumista, y aun así, se sentía feliz, por eso vivía tranquilo, porque pensaba que las cosas no podían empeorar. Ese día, se dio cuenta de que las cosas siempre pueden ir a peor.
Se dio la vuelta y se fue sin despedirse del chico con el zumo en una mano y lo que quedaba de las magdalenas en la otra.

Pasados unos días, Joan había dado todo por perdido, nunca había estado tan dejado. Había perdido mucho peso y enfermaba con más facilidad que antes.

Un día se levantó y empezó a recordar su vida anterior como si fuera una película.
Antes podía lavarse cada día y comía caliente. Tenía coche para desplazarse al trabajo, y para ir de vacaciones una vez al año, tenía una mujer que lo esperaba en una casa caliente con calefacción. Recordaba que tenía dinero, incluso para pagar las facturas que llegaban con demasiada frecuencia.
¿Cuánto tiempo hacía que no pagaba una factura?, ¿cómo había llegado a esta situación?, ¿por qué le había tocado a él, si no le había hecho nunca daño a nadie?
En ese momento se dio cuenta de la realidad que vivía. Tres años de su vida viviendo en la calle  y lo único que tenía, era ese contenedor lleno de comida caducada que ahora estaba lleno de los despojos de los vecinos de alrededor.
Se dio cuenta de que no se había parado a buscar nuevas motivaciones que le dieran fuerza para luchar y salir adelante, para conseguir una vida más digna. Estaba acomodado en su pequeña parcela, de la planta baja de la carretera.
- Un simple contenedor de basura a hecho que me mantenga ciego de mi situación durante tres años en la calle- se dijo a sí mismo y se rio a carcajadas, con una risa amarga-

Aun así, Joan notaba que no era un infeliz, sino, un olvidado de la sociedad.


Un día Joan se levantó muy enfermo y comenzó a andar sin rumbo. La gente lo miraba con desprecio por su apariencia.
Esa sociedad de la que él renegaba siempre, ahora con más sentido le demostraba que nunca estubo equivocado.
Nadie se paró a preguntarle por qué se encontraba en esas condiciones tan precarias, nadie se interesó momentáneamente por su salud. Quizás si alguien se interesara y le preguntara, le podría explicar por qué había llegado a ese punto...quizás la clave era justificarse para que alguien le comprendiera.

- No soy lo que veis por fuera, yo también fui como vosotros un día -se decía a sí mismo-

Llegó hasta las Ramblas y en uno de los portales cayo desfallecido por el frío y el hambre. Allí se quedó medio inconsciente un rato hasta que volvió a despertarse.
Miles de personas pasaban por su lado mirando escaparates, otros entraban y salían de las tiendas cargados de bolsas. Se reían con sus acompañantes, parecían felices. Otros pasaban solos con caras serias a paso ligero.
Los carteristas hablaban en corros controlando su próxima víctima extranjera.
Nadie miraba a Joan, pero todos lo vieron.

A Joan se le nublaba la vista porque quería mirarlo todo a la vez y eso le provocaba mareo. Cerraba fuertemente los ojos y los volvía a abrir para continuar observando a la inquieta muchedumbre.
Su cabeza se tambaleaba por el peso de la misma. Su cuello ya no la soportaba.
Todas las voces que escuchaba, se metían en su cabeza en una sola voz que no decía nada, como si alguien le gritase a un centímetro de su oído.
Notó que estaba más solo que nunca.

- Curiosa ironía, rodeado de miles de personas y me siento solo- se decía a sí mismo-

Palpó un cartón sobre el que estaba sentado, que por lo que parecía, antes había sido una caja de zapatos. Se sacó del bolsillo lo que le quedaba del lápiz con el que apuntaba sus pensamientos en los restos de papel que dejó en el saco de dormir, y se propuso hacer lo que nunca hubiera creído que haría, mendigar.
Ya no tenía fuerzas, pero sabía que tenía que ser creativo, para llamar la atención de alguna forma. Tenía que poner un mensaje que impactara, para que esa muchedumbre lo viera, ya que hasta el momento era invisible.
Apuntó solo una frase en el cartón,  "Soy feliz, pero tengo hambre", el lápiz se calló al suelo y Joan se desvaneció.


Un rato después, noto que algo le estaba moviendo, pero no tenía ni ganas, ni fuerzas. Lo que fuera no cesaba de moverlo, con lo que ésto le obligó a abrir los ojos.
Un chico de mediana edad, le dijo:

- !!!Oiga!!! ¿se encuentra bien?, tiene que recoger todo este dinero que tiene aquí, o se lo van a robar...y le doy un consejo, si no lo recoge, tampoco de echarán más...hay mucho.

Joan sacó fuerzas de donde no tenía para intentar ver, escuchar y entender lo que la voz le estaba diciendo.

- ¿Qué dices chico?- respondió Joan un tanto molesto-.
- Que recoja usted el dinero que tiene aquí, porque se lo van a robar. Bastantes problemas tiene para que encima le peguen una paliza.

Joan miró el suelo donde estaba sentado y estaba todo lleno de monedas, incluso le habían caído dentro del roído bolsillo de la chaqueta.

- A puesto usted un mensaje genial...es prácticamente imposible no ayudarle. ¿Cómo puede usted decir que es feliz en la situación en la que se encuentra?, nadie puede ser feliz en esas condiciones. La gente se lo ha creído - el chico estaba impresionado con el mensaje de Joan -

Joan también estaba impresionado, se había vuelto visible.

- Deben creerlo - dijo Joan secamente-
- ¿Me está diciendo que es usted feliz tirado en la calle, sucio, sin dinero y solo?
- Soy feliz porque me propongo serlo y por norma general lo consigo. De hecho, hace unos días era aún más feliz que hoy. Solo me falta comida.
- Ande, levante y vaya a lavarse un poco, con ese dinero tiene por lo menos para tres o cuatro días.

El chico ayudó a Joan a recoger el dinero y a ponerse en pie. Después desapareció.

Joan pensó que quizás el chico fuera irreal, quizás fuera un ángel de la guarda. Hizo recuento del dinero, y efectivamente tuvo suerte de que no se lo robaran como le dijo el chico o la aparición, ya que había más de doscientos euros.
Se acercó como pudo a una pensión que conocía en la que le obligaron a pagar la habitación por adelantado, ya que no se fiaron de él por el aspecto que tenía.
Cuando entró en la habitación, vio justo enfrente de él, un sucio espejo que colgaba de una pared en la que se veían los ladrillos. Joan tenía el estómago muy vacío, pero el instinto de supervivencia le hacía mantenerse de pie para satisfacer una curiosidad. Quería verse de cerca. Hacía mucho tiempo que no se miraba en un espejo.
Se acercó para ver mejor lo que de lejos parecía un despojo humano. Se quedó mirándose a sí mismo durante un largo rato. Puso su sucia mano en el espejo, para ver si era realidad o un mal sueño lo que estaba viendo. Su cara rota por el frío, morena en exceso y curtida, sus negros ojos parecían no tener vida y lo que antes era un pelo brillante, se había convertido en un estropajo blanco que se juntaba con la espesa y sucia barba.
En una fracción de tiempo muy pequeña, el espejo pareció limpiarse solo y Joan se vio como era antes de vivir en la calle.
Joan era un tipo presumido, que miraba mucho por su físico. Ya tenía cierta edad pero siempre tenía tiempo para ir una vez al mes al peluquero de toda la vida. Nunca se compró ropa cara, pero le gustaba ir conjuntado y con cierta clase. Se afeitaba cada dos días y hacía pequeñas inversiones en colonias caras. Le gustaba oler bien. Tenía manos de pianista, unos dedos largos y finos a los que nunca les sacó el partido que hubiese querido.

De repente el espejo volvió a reflejarle la realidad, y su cara y su pelo volvieron a demacrarse.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, bajó corriendo a la calle para buscar una tienda abierta en la que vendieran lo que tenía en mente. Después de dar varias vueltas, encontró una tienda en la que vendían todo tipo de cosas. Compró un bote de espuma de afeitar, unas maquinillas, jabón y algo de ropa deportiva que ponerse. Quería racionar el dinero, pero necesitaba esas cuatro cosas.
 Volvió a la sucia habitación y limpió el espejo hasta que lo pudo dejar en mejores condiciones de las que estaba.
Esto hizo que aún se vieran mejor las evidencias de tres años viviendo en la calle.
Pero esta vez no le importó, incluso se permitió crear una sonrisa, porque ya tenía algo nuevo. Su mente volvía a trabajar. El objetivo sería a partir de ahora, mejorar su estado actual por otro más digno y nunca más volver a acomodarse.

Se aseó como pudo y se puso la ropa nueva que compró en la tienda. Volvió a mirarse en el mismo espejo y vio a un hombre nuevo, vio a un hombre limpio con nuevas motivaciones en la vida.

Esa noche no pudo dormir, su cabeza no paraba de pensar en lo que le había acurrido. Ese cambio tan radical en las personas, de ser invisible a ser visible para ellos, con el simple hecho de escribir cinco palabras en un cartón, y después esa potente motivación al verse en un espejo.
Se prometió dos cosas, la primera, que cada vez que tuviera dudas sobre él, se pondría delante de un espejo para reflexionar sobre ese momento y darse cuenta de la situación en la que se encontraba. Y la segunda, tener la mente continuamente trabajando y creando cosas nuevas.
Pero, ¿qué podría hacer para salir del agujero en el que se encontraba?.
Joan nunca se consideró un genio, tampoco podía enseñar nada... o sí...
Se acordó de las frases que escribía y que tenía dentro del saco de dormir. Esas frases eran únicas, solo suyas, habían salido a causa de su creatividad y no se había dado cuenta hasta ese momento.

Joan buscó las frases que estaban donde siempre, dentro del saco de dormir, debajo de la carretera.
Las paso a papel limpio con una caligrafía especial que llamara la atención de la gente, y puso una parada en las Ramblas que se llamaba, "Comparto mis Pensamientos con usted".

La parada llamaba mucho la atención de la gente, ya que no es habitual que alguien comparta en la calle los pensamientos con los demás. Joan hacía pensamientos suyos y también los personalizaba a la gente que le pedían uno exclusivo.

Joan cumplió su objetivo a base de duro trabajo diario, y se montó una vida más digna que era lo que se propuso. Encontró un nuevo sentido de la felicidad diferente al que él creía.

Joan Llopart murió a los pocos años, ya que esos tres años en la calle castigaron su cuerpo en demasía. Pero murió de una forma digna. Volvió a recuperar su vida, dándole un valor diferente a todo lo que le rodeaba. Cualquier cosa pequeña, tenía un significado y una utilidad en la vida.

Al final consiguió compartir sus pensamientos con el resto del mundo.








2 comentarios:

  1. Una historia muy bonita Juli. Es increíble a los extremos que puede llegar el ser humano cuando se ve perdido. Desgraciadamente hay muchas personas en esas condiciones, e incluso más de uno ha elegido esa forma de vivir por estar en desacuerdo con el resto de la sociedad y te hablo de personas que he conocido que culturalmente les dan muchas vueltas a muchos que se las dan de licenciados.
    La pena, es el que no elige vivir así y tiene que pasar por ello por culpa de la deshumanidad en la que nos encontramos.

    El ser humano se ha vuelto egoísta y egocéntrico. Solo ven lo que es rentable para ellos. No importa en qué condiciones se encuentre el que está tirado en el suelo. Desgraciadamente, esto lo veremos más a menudo en estos años venideros.

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  2. Sí la verdad es que estamos perdiendo los valores, y las generaciones que suben, da la impresión que aún van más a la suya.
    Espero que no tengamos que vernos ninguna como el tal Joan para darnos cuenta de que nadie nos va a echar una mano, a no ser que pueda tener algún beneficio.

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